jueves, 9 de mayo de 2013

MIRADAS. La caníbal

Irene aún llevaba uniforme escolar cuando se dio cuenta de que la gente que la rodeaba tendía a agruparse, aunque fuera de manera inconsciente. En el colegio de monjas al que iba lo veía cada día. Las niñas se relacionaban según su especie. Estaban las que estudiaban, las que jugaban bien a gomas, las que hablaban de chicos encerradas en los baños del patio de arriba; y luego estaba ella. No había elegido especie, y tampoco ningún grupo la había reclamado. No sabía si era por su aspecto o por su inseguridad ingobernable, pero nadie mostraba especial interés en conocerla y ella no se atrevía a acercarse demasiado a ningún corrillo. Además, le encantaba observar, así que su rareza tampoco le parecía tan mal, salvo cuando se quedaba la última en la fila de niñas que iban a ser escogidas para algún equipo de deporte y tenía que ser la profesora de gimnasia la que dijera con quién iba. Ese momento le parecía siempre humillante, pero lo sobrellevaba fijándose en las miradas de suficiencia de las capitanas. Siempre eran las mismas. Siempre disfrutaban apartándola. Aprendió incluso a fingir esa mirada ante el espejo del baño cuando ensayaba en casa  para adoptar la pose de la especie a la que ese día le apetecía pertenecer. Poco a poco fue aprendiendo a fijarse en los ojos de la gente en busca de algo más, de lo que no decían, de lo que les definía aunque no lo manifestaran. Y aprendió mucho.

Hubo un momento en el que su cuerpo empezó a cambiar. Las niñas del colegio seguían saltando a gomas y ella seguía mirándolas sentada, con un calcetín blanco arrugado en el tobillo y el otro subido hasta la rodilla. Pero esos calcetines blancos y ese pichi gris empezaron a ser más una paradoja que un atuendo neutral cuando comenzaron a marcar ciertas curvas. Fue en esa época cuando Irene identificó a una nueva especie por la mirada. Decidió llamarla 'especie caníbal'.

La primera vez que se fijó en esa mirada desconocida sintió miedo. Iba en el autobús de camino al colegio. Un hombre, a ella le pareció mayor pero seguramente no pasaba de treinta y cinco años, la miraba fijamente. Ella estaba de pie, agarrada a la barra con una mano mientras con la otra apretaba una carpeta forrada de fotos en blanco y negro contra su pecho. Se volvió de repente porque notó esa sensación de estar siendo observada que te impulsa a girarte, y vio al hombre. No se inmutó e Irene se encontró con esa mirada que jamás había visto. Detectó en esos ojos hambre, un apetito mezclado con agresividad y mucha codicia. Supo que ese hombre quería devorarla y se asustó. No sabía que había hombres que deseaban comerse a las mujeres. Ese día lo descubrió.

A partir de ese momento volvió a toparse con esa mirada muchas veces. Llegó a la conclusión de que la especie caníbal estaba formada por muchos miembros, pero fue dándose cuenta de que ninguno de esos hombres se atrevía a darle un mordisco o a olisquearla como si fuera un fragante y dominical pollo al l'ast, así que el miedo cedió paso a una gran curiosidad.